Hoy me levanté con el espíritu de una jardinera profesional… o al menos eso pensé. Súper emocionada, me puse manos a la obra con mi hortaliza. Limpié, removí la tierra, y la fertilicé con mi propio compost (sí, ¡ese que hago con amor, cáscaras y mucha paciencia!). Ya me sentía como la reina del huerto, cuando de repente… chan chan chaaaan… ¡la lluvia decidió hacer su gran entrada triunfal!
Aunque en el fondo ya sospechaba que venía (esas nubes no eran precisamente disimuladas), decidí seguir, porque tengo la teoría comprobada —científicamente por mí misma— de que mis plantas crecen como locas después de la lluvia. Es como si del cielo cayera Red Bull para vegetales. Así que, ni corta ni perezosa, seguí sembrando bajo la lluvia, como protagonista de un videoclip de los 90.
Y ahí estaba yo, empapada, con la cara llena de tierra, sintiendo las gotas recorrer mi rostro… ¡hacía años que no vivía algo así! Fue como viajar en el tiempo, directo a mi adolescencia. Entre plantitas, barro y recuerdos, también floreció la ilusión.
Corrí a terminar mi siembra, riéndome sola como niña traviesa… y justo cuando puse la última planta en su nuevo hogar: ¡la lluvia paró! Así, sin más. Como diciendo: “Ya terminé mi parte, te toca secarte”.
Y volví a casa con el corazón lleno, los pies embarrialados y una sonrisa que no se me quita. Porque sí… a veces la vida nos riega a nosotras también 🌧️🌱💚
Susana Feather
Aunque en el fondo ya sospechaba que venía (esas nubes no eran precisamente disimuladas), decidí seguir, porque tengo la teoría comprobada —científicamente por mí misma— de que mis plantas crecen como locas después de la lluvia. Es como si del cielo cayera Red Bull para vegetales. Así que, ni corta ni perezosa, seguí sembrando bajo la lluvia, como protagonista de un videoclip de los 90.
Y ahí estaba yo, empapada, con la cara llena de tierra, sintiendo las gotas recorrer mi rostro… ¡hacía años que no vivía algo así! Fue como viajar en el tiempo, directo a mi adolescencia. Entre plantitas, barro y recuerdos, también floreció la ilusión.
Corrí a terminar mi siembra, riéndome sola como niña traviesa… y justo cuando puse la última planta en su nuevo hogar: ¡la lluvia paró! Así, sin más. Como diciendo: “Ya terminé mi parte, te toca secarte”.
Y volví a casa con el corazón lleno, los pies embarrialados y una sonrisa que no se me quita. Porque sí… a veces la vida nos riega a nosotras también 🌧️🌱💚
Susana Feather
Hoy me levanté con el espíritu de una jardinera profesional… o al menos eso pensé. Súper emocionada, me puse manos a la obra con mi hortaliza. Limpié, removí la tierra, y la fertilicé con mi propio compost (sí, ¡ese que hago con amor, cáscaras y mucha paciencia!). Ya me sentía como la reina del huerto, cuando de repente… chan chan chaaaan… ¡la lluvia decidió hacer su gran entrada triunfal!
Aunque en el fondo ya sospechaba que venía (esas nubes no eran precisamente disimuladas), decidí seguir, porque tengo la teoría comprobada —científicamente por mí misma— de que mis plantas crecen como locas después de la lluvia. Es como si del cielo cayera Red Bull para vegetales. Así que, ni corta ni perezosa, seguí sembrando bajo la lluvia, como protagonista de un videoclip de los 90.
Y ahí estaba yo, empapada, con la cara llena de tierra, sintiendo las gotas recorrer mi rostro… ¡hacía años que no vivía algo así! Fue como viajar en el tiempo, directo a mi adolescencia. Entre plantitas, barro y recuerdos, también floreció la ilusión.
Corrí a terminar mi siembra, riéndome sola como niña traviesa… y justo cuando puse la última planta en su nuevo hogar: ¡la lluvia paró! Así, sin más. Como diciendo: “Ya terminé mi parte, te toca secarte”.
Y volví a casa con el corazón lleno, los pies embarrialados y una sonrisa que no se me quita. Porque sí… a veces la vida nos riega a nosotras también 🌧️🌱💚
Susana Feather
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