La Virgen de los Ángeles conocida con cariño como "La Negrita", ocupa un lugar muy especial en el corazón de los costarricenses. Es la Patrona de Costa Rica, símbolo de fe, esperanza y consuelo para miles de personas que acuden a ella en busca de paz, guía o agradecimiento.

Cada 2 de agosto en un acto de profunda devoción, se realiza la romería hacia la Basílica de los Ángeles, en Cartago, donde se encuentra su imagen donde se le rinde homenaje y para pedir su intercesión o agradecer por los milagros recibidos.

La romería no es solo una tradición, es una expresión viva de fe. Durante días miles de personas caminan desde distintos puntos del país hasta la Basílica.

Yo misma durante muchos años hice esa caminata con devoción. Partía desde el centro de San José, la capital, y recorría caminando los aproximadamente 22 kilómetros que nos separan de la Basílica, unas 13.7 millas.

Cada paso era una oración, cada kilómetro una ofrenda de agradecimiento por tantas bendiciones recibidas en mi muchos de ellos desde el centro de San José, la capital, recorriendo cerca de 22 kilómetros, lo que equivale a unas 13.7 millas.

Algunos van solos otros en familia o en grupos de amigos, cada uno con sus propias intenciones: pedir por la salud de un ser querido, agradecer por un milagro recibido, o simplemente cumplir una promesa nacida del corazón.

Yo fui parte de esa tradición durante muchos años, cada agosto me preparaba con ilusión para caminar desde el corazón de San José hasta Cartago. No importaba el cansancio, el calor, ni las ampollas en los pies porque cada paso tenía un sentido, cada kilómetro era una oración, una muestra de gratitud por las tantas bendiciones recibidas en mi vida.

Hoy aunque estoy lejos de mi tierra, sigo haciendo ese recorrido de forma simbólica. Camino esa misma distancia, los mismos 22 kilómetros, como un ritual íntimo y sagrado. Es mi forma de seguir conectada con mis raíces, de renovar mi fe y de agradecer, una vez más, por todo lo bueno que la vida me ha regalado.

Porque más allá de la distancia o el lugar en el que esté, la fe se lleva en el alma y mi amor por La Negrita siempre me acompaña.
La Virgen de los Ángeles conocida con cariño como "La Negrita", ocupa un lugar muy especial en el corazón de los costarricenses. Es la Patrona de Costa Rica, símbolo de fe, esperanza y consuelo para miles de personas que acuden a ella en busca de paz, guía o agradecimiento. Cada 2 de agosto en un acto de profunda devoción, se realiza la romería hacia la Basílica de los Ángeles, en Cartago, donde se encuentra su imagen donde se le rinde homenaje y para pedir su intercesión o agradecer por los milagros recibidos. La romería no es solo una tradición, es una expresión viva de fe. Durante días miles de personas caminan desde distintos puntos del país hasta la Basílica. Yo misma durante muchos años hice esa caminata con devoción. Partía desde el centro de San José, la capital, y recorría caminando los aproximadamente 22 kilómetros que nos separan de la Basílica, unas 13.7 millas. Cada paso era una oración, cada kilómetro una ofrenda de agradecimiento por tantas bendiciones recibidas en mi muchos de ellos desde el centro de San José, la capital, recorriendo cerca de 22 kilómetros, lo que equivale a unas 13.7 millas. Algunos van solos otros en familia o en grupos de amigos, cada uno con sus propias intenciones: pedir por la salud de un ser querido, agradecer por un milagro recibido, o simplemente cumplir una promesa nacida del corazón. Yo fui parte de esa tradición durante muchos años, cada agosto me preparaba con ilusión para caminar desde el corazón de San José hasta Cartago. No importaba el cansancio, el calor, ni las ampollas en los pies porque cada paso tenía un sentido, cada kilómetro era una oración, una muestra de gratitud por las tantas bendiciones recibidas en mi vida. Hoy aunque estoy lejos de mi tierra, sigo haciendo ese recorrido de forma simbólica. Camino esa misma distancia, los mismos 22 kilómetros, como un ritual íntimo y sagrado. Es mi forma de seguir conectada con mis raíces, de renovar mi fe y de agradecer, una vez más, por todo lo bueno que la vida me ha regalado. Porque más allá de la distancia o el lugar en el que esté, la fe se lleva en el alma y mi amor por La Negrita siempre me acompaña.
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