La épica subida a Stone Mountain: sol, esfuerzo y buena compañía
Fui a subir Stone Mountain acompañada de mi sobrino, que tiene solo 39 años menos que yo. Sí, una diferencia de generaciones que hizo la aventura mucho más entretenida.
Para quienes no la conocen, Stone Mountain es la masa de granito expuesta más grande del mundo. Se eleva 251 metros sobre el terreno circundante y alcanza una altura total de 514 metros sobre el nivel del mar. Además, tiene el bajo relieve más grande del planeta tallado directamente en su cara norte. Así que no es solo una montaña, es una roca con historia.
La subida no es cualquier paseo de domingo: su inclinación llega hasta los 30 grados en algunos tramos, lo que la convierte en una mezcla entre caminata y entrenamiento extremo de piernas. El grado de dificultad es medio a alto y mientras el promedio para subirla ronda la hora, nosotros lo hicimos en 38 minutos — como dos atletas con mucha determinación y poco amor por el confort.
¡El sol estaba increíble! Brillaba con tanta intensidad que parecía que el universo estaba tratando de freírnos vivos . Estaba implacable, de esos que hacen que uno mire al cielo con cara de “¿En serio?”
Y claro, con ese calor sentir la ropa pegada al cuerpo no era precisamente lo más agradable. A pesar de lo incómodo, seguíamos riéndonos, animándonos y haciendo pausas estratégicas que, en realidad, eran excusas para recuperar el aliento sin admitirlo, (en realidad era yo la de las pausas 🤣🤣).
Cuando ya creía que mis fuerzas se habían evaporado con el sol apareció una señora con más energía y con el ánimo de quien lleva música en los zapatos.
Sin conocernos, me lanzó un “¡Ánimo, que ya casi estás arriba!” con una sonrisa que me dio el empujón final. A veces una frase sencilla en el momento justo es todo lo que se necesita.
Al llegar a la cima sentí la satisfacción plena. Las piernas temblaban del esfuerzo y el alma se sentía ligera. Claramente teníamos razones para quejarnos: el calor, el cansancio, la ropa pegajosa. Pudimos habernos quedado ahí en lo incómodo, pero no lo hicimos.
Y es que a la vida no hay que mirarla solo por las cuestas que presenta, sino por lo que te espera cuando llegas arriba, porque una vez que lográs subir, la bajada se vuelve más placentera. La vista desde lo alto, el orgullo de haberlo logrado y la risa compartida con alguien que quiere llegar contigo, hacen que todo valga la pena.
Fui a subir Stone Mountain acompañada de mi sobrino, que tiene solo 39 años menos que yo. Sí, una diferencia de generaciones que hizo la aventura mucho más entretenida.
Para quienes no la conocen, Stone Mountain es la masa de granito expuesta más grande del mundo. Se eleva 251 metros sobre el terreno circundante y alcanza una altura total de 514 metros sobre el nivel del mar. Además, tiene el bajo relieve más grande del planeta tallado directamente en su cara norte. Así que no es solo una montaña, es una roca con historia.
La subida no es cualquier paseo de domingo: su inclinación llega hasta los 30 grados en algunos tramos, lo que la convierte en una mezcla entre caminata y entrenamiento extremo de piernas. El grado de dificultad es medio a alto y mientras el promedio para subirla ronda la hora, nosotros lo hicimos en 38 minutos — como dos atletas con mucha determinación y poco amor por el confort.
¡El sol estaba increíble! Brillaba con tanta intensidad que parecía que el universo estaba tratando de freírnos vivos . Estaba implacable, de esos que hacen que uno mire al cielo con cara de “¿En serio?”
Y claro, con ese calor sentir la ropa pegada al cuerpo no era precisamente lo más agradable. A pesar de lo incómodo, seguíamos riéndonos, animándonos y haciendo pausas estratégicas que, en realidad, eran excusas para recuperar el aliento sin admitirlo, (en realidad era yo la de las pausas 🤣🤣).
Cuando ya creía que mis fuerzas se habían evaporado con el sol apareció una señora con más energía y con el ánimo de quien lleva música en los zapatos.
Sin conocernos, me lanzó un “¡Ánimo, que ya casi estás arriba!” con una sonrisa que me dio el empujón final. A veces una frase sencilla en el momento justo es todo lo que se necesita.
Al llegar a la cima sentí la satisfacción plena. Las piernas temblaban del esfuerzo y el alma se sentía ligera. Claramente teníamos razones para quejarnos: el calor, el cansancio, la ropa pegajosa. Pudimos habernos quedado ahí en lo incómodo, pero no lo hicimos.
Y es que a la vida no hay que mirarla solo por las cuestas que presenta, sino por lo que te espera cuando llegas arriba, porque una vez que lográs subir, la bajada se vuelve más placentera. La vista desde lo alto, el orgullo de haberlo logrado y la risa compartida con alguien que quiere llegar contigo, hacen que todo valga la pena.
La épica subida a Stone Mountain: sol, esfuerzo y buena compañía
Fui a subir Stone Mountain acompañada de mi sobrino, que tiene solo 39 años menos que yo. Sí, una diferencia de generaciones que hizo la aventura mucho más entretenida.
Para quienes no la conocen, Stone Mountain es la masa de granito expuesta más grande del mundo. Se eleva 251 metros sobre el terreno circundante y alcanza una altura total de 514 metros sobre el nivel del mar. Además, tiene el bajo relieve más grande del planeta tallado directamente en su cara norte. Así que no es solo una montaña, es una roca con historia.
La subida no es cualquier paseo de domingo: su inclinación llega hasta los 30 grados en algunos tramos, lo que la convierte en una mezcla entre caminata y entrenamiento extremo de piernas. El grado de dificultad es medio a alto y mientras el promedio para subirla ronda la hora, nosotros lo hicimos en 38 minutos — como dos atletas con mucha determinación y poco amor por el confort.
¡El sol estaba increíble! Brillaba con tanta intensidad que parecía que el universo estaba tratando de freírnos vivos . Estaba implacable, de esos que hacen que uno mire al cielo con cara de “¿En serio?”
Y claro, con ese calor sentir la ropa pegada al cuerpo no era precisamente lo más agradable. A pesar de lo incómodo, seguíamos riéndonos, animándonos y haciendo pausas estratégicas que, en realidad, eran excusas para recuperar el aliento sin admitirlo, (en realidad era yo la de las pausas 🤣🤣).
Cuando ya creía que mis fuerzas se habían evaporado con el sol apareció una señora con más energía y con el ánimo de quien lleva música en los zapatos.
Sin conocernos, me lanzó un “¡Ánimo, que ya casi estás arriba!” con una sonrisa que me dio el empujón final. A veces una frase sencilla en el momento justo es todo lo que se necesita.
Al llegar a la cima sentí la satisfacción plena. Las piernas temblaban del esfuerzo y el alma se sentía ligera. Claramente teníamos razones para quejarnos: el calor, el cansancio, la ropa pegajosa. Pudimos habernos quedado ahí en lo incómodo, pero no lo hicimos.
Y es que a la vida no hay que mirarla solo por las cuestas que presenta, sino por lo que te espera cuando llegas arriba, porque una vez que lográs subir, la bajada se vuelve más placentera. La vista desde lo alto, el orgullo de haberlo logrado y la risa compartida con alguien que quiere llegar contigo, hacen que todo valga la pena.
