Estos días he sido testigo de algo que nunca deja de conmoverme: la transformación que ocurre cuando alguien suelta el peso que ha llevado en su corazón por tanto tiempo. Ver cómo sus hombros se relajan, cómo sus rostros recuperan calma y cómo una pequeña luz comienza a brillar en sus ojos es simplemente maravilloso.

Y lo que más me llena el alma es saber que, de alguna manera, soy parte de ese proceso. Que con mis herramientas, con mi escucha, con el espacio seguro que brindo, puedo ayudar a que esa luz se encienda nuevamente. Porque cuando la mente entra en calma, las decisiones se vuelven más claras y la fuerza para levantarse tras una caída aumenta.

Ser testigo de estas transformaciones es un privilegio y una misión. Cada vez que alguien se libera de su carga y elige seguir adelante, reafirmo que estoy exactamente donde debo estar.